La brecha entre los más ricos y los más pobres se ha disparado al nivel más alto de los últimos 30 años. Según la OCDE, el ingreso medio del 10% de la población con más renta en las economías avanzadas es nueve veces el del 10% más pobre.
En Europa ha crecido la desigualdad (el 20% de los europeos más ricos gana cinco veces más que el 20% más pobre), y especialmente en España, el segundo país europeo con mayor desigualdad en la distribución personal de la rentas.
En cuanto a las causas, diversos factores vienen favoreciendo la desigualdad, entre los que podemos destacar la inadecuada regulación (o desregulación) de algunas actividades, la globalización y las nuevas tecnologías. En relación con el primero hay que anotar el poder de los ejecutivos por influir decisivamente en sus remuneraciones ante la impotencia de los accionistas dispersos de las grandes sociedades anónimas o la autonomía y relativa opacidad operativa del sistema financiero, donde se concentran buena parte de las rentas más elevadas y opera con la garantía de la red pública en caso de necesidad.
Pero, como señala la OCDE, el propulsor más importante ha sido la mayor desigualdad en los sueldos y salarios, con elevados crecimientos en el estrato del 10% más elevado, y aún más del 0,1% de los empleados mejor pagados, frente al estancamiento e incluso reducción de los salarios más bajos. Este fenómeno se deriva a su vez de los efectos combinados de la globalización y del cambio tecnológico: este último permite estandarizar tareas fácilmente sustituibles, y la globalización hacer competir no sólo a empresas, sino también a las personas que realizan esas tareas en todo el mundo, por lo que la competencia global presiona a la baja a los salarios de los empleados con menor cualificación, mientras que premia a los que realizan tareas más creativas o más singulares.
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